Siguiendo al Papa
POR ANAM CARA
El Papa Francisco: Hay muchas formas de contribuir por los migrantes, ante todo la oración. Y os pregunto a vosotros: ¿Vosotros rezáis por los migrantes, por los que vienen en nuestras tierras para salvar la vida? ¿Y “vosotros” queréis echarles?
Del 23 al 29 de agosto del 2024
AUDIENCIA GENERAL
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy, pospongo la catequesis habitual y quisiera detenerme con vosotros para pensar en las personas que – también en este momento – están atravesando mares y desiertos para llegar a una tierra donde puedan vivir en paz y con seguridad.
Mar y desierto: estas dos palabras vuelven a aparecer en muchos testimonios que recibo, tanto de migrantes, como de personas que se comprometen a rescatarlos. Migrantes, mar y desierto.
Las rutas migratorias actuales a menudo están marcadas por travesías de mares y desiertos, que, para muchas, demasiadas personas, triste y desafortunadamente mente son mortales.
Por eso quiero detenerme en este drama, en este dolor.
Algunas de estas rutas las conocemos mejor, porque suelen estar a menudo bajo los reflectores; otras, la mayoría, son poco conocidas, pero no por ello menos transitadas…
Hay que decirlo claramente: hay quienes trabajan sistemáticamente por todos los medios para repeler a los migrantes. Y esto, cuando se hace con conciencia y con responsabilidad, es un pecado grave. No olvidemos lo que dice la Biblia: «No maltratarás ni oprimirás al emigrante» (Ex 22,20).
El huérfano, la viuda y el forastero son los pobres por excelencia a los que Dios siempre defiende y pide defender. También algunos desiertos, son cementerios de migrantes. A menudo, tampoco aquí se trata de muertes “naturales”. A veces los llevan al desierto y los abandonan allí.
Todos conocemos la foto de la mujer y de la hija de Pato, muertas de hambre y de sed en el desierto.
En la era de los satélites y de los drones, hay hombres, mujeres y niños migrantes que nadie debe ver: les esconden.
Solo Dios los ve y escucha su clamor. Y esta es una crueldad de nuestra civilización.
De hecho, el mar y el desierto son también lugares bíblicos cargados de valor simbólico. Son escenarios muy importantes en la historia del éxodo, la gran migración del pueblo guiada por Dios a través de Moisés desde Egipto hasta la Tierra Prometida.
Estos lugares son testigos del drama del pueblo que huye de la opresión y la esclavitud.
Son lugares de sufrimiento, de miedo, de desesperación, pero al mismo tiempo son lugares de paso hacia la liberación, – y cuánta gente pasa por los mares y los desiertos para liberarse, hoy – son lugares de paso hacia la redención, hacia la libertad y el cumplimiento de las promesas de Dios (cf. Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2024). Hay un salmo que, dirigiéndose al Señor, dice: «Tú te abriste camino por las aguas, | un vado por las aguas caudalosas, | y no quedaba rastro de tus huellas» (77,20). Y otro canta así: «Guio por el desierto a su pueblo: | porque es eterna su misericordia» (136,16).
Estas palabras santas nos dicen que, para acompañar al pueblo en el camino de la libertad, Dios mismo atraviesa el mar y el desierto; Dios no permanece a distancia, no, comparte el drama de los emigrantes, Dios está con ellos, con los migrantes, sufre con ellos, con los migrantes, llora y espera con ellos, con los migrantes.
Nos hará bien, hoy, pensar: El Señor está con nuestros migrantes en el mare nostrum, el Señor está con ellos, no con lo que les rechazan. Hermanos y hermanas, en una cosa podremos estar todos de acuerdo: en esos mares y desiertos mortíferos, los migrantes de hoy no deberían estar, y están, desafortunadamente.
Pero no es mediante leyes más restrictivas, no es mediante la militarización de las fronteras, no es mediante rechazos como lo conseguiremos. Por el contrario, lo conseguiremos ampliando las rutas de acceso seguras y las vías de acceso legales para los migrantes, facilitando el refugio a quienes huyen de la guerra, de la violencia, de la persecución y de tantas calamidades; lo conseguiremos fomentando por todos los medios una gobernanza mundial de la migración basada en la justicia, la fraternidad y la solidaridad.
Queridos hermanos y hermanas, pensad en tantas tragedias de migrantes: Cuántos mueren en el Mediterráneo. Pensad en Lampedusa, en Crotone… Cuántas cosas feas y tristes.
Y quisiera concluir reconociendo y alabando los esfuerzos de tantos buenos samaritanos, que hacen todo lo posible por rescatar y salvar a los migrantes heridos y abandonados en las rutas de la esperanza desesperada.
Estos hombres y mujeres valientes son signo de una humanidad que no se deja contagiar por la malvada cultura de la indiferencia y el descarte. Queridos hermanos y hermanas, unamos nuestros corazones y nuestras fuerzas, para que los mares y los desiertos no sean cementerios, sino espacios donde Dios pueda abrir caminos de libertad y fraternidad.