CASTILLO, LAMET Y HALÍK
Este mes se ha presentado el libro «Declive de la Religión y futuro del Evangelio», de José Mª Castillo. Uno de los que le hicieron los honores fue Pedro Miguel Lamet y acaba de escribir una reflexión en Fe adulta muy interesante sobre el tema. Tomás Halík, por su parte, ha publicado “La tarde del cristianismo” en donde expone la transformación de la necesaria religiosidad más allá de la religión cultural (sic). Su tesis es que nuestra crisis cristiana se manifiesta en la estructura eclesiástica que facilita la crisis de fe. El desvarío institucional nos aboca a una crisis de fe, a lo verdaderamente importante.
Ante la expectación que ha levantado Castillo, este otro libro ha pasado más desapercibido, cuando lo cierto es que apunta a lo mismo desde los claroscuros -contradicciones que diría Castillo- de nuestra fe cristiana y las consecuencias de desafección que estamos constatando en la Iglesia -entendida como institución- pretendiendo enseñar lo contrario de lo que vive.
Para Castillo, lo que más daño ha hecho al cristianismo y a la Iglesia es convertirse en Religión establecida y renunciar a vivir el Evangelio. Y ahora, que hemos entrado, en picado, en la crisis de la Religión y de Dios, empezamos a tomar conciencia de que al Dios trascendente solamente podemos conocerlo en la humanización de Dios, tal como lo vemos y lo palpamos en el Evangelio, en la vida y en las obras de Jesús.
Su libro es una llamada de atención a que la Iglesia no tiene futuro si no es desde el seguimiento creíble de Jesús recuperando como centro el Evangelio. Pero no matiza si se refiera a la iglesia institucional religiosa o a la iglesia como comunidad que experimenta al Dios de Jesús… No es lo mismo, me parece. Lamet, al tiempo que destaca en su artículo la sintonía de Castillo con el Papa Francisco y su mensaje, plantea dos “dudas” (sic) que las convierte en sugerencia a modo de preguntas. Aquí me centro en la segunda duda, que la formula de la siguiente manera: ¿El concepto de Religión solo se puede circunscribir a estructuras de poder, dinero y sometimiento? ¿No hay algo más? ¿No ha puesto Dios en el fondo del hombre una semilla de radical inquietud y búsqueda de lo transcendente, donde quiera que esté? ¿No ha llegado el momento de maduración de la humanidad que pueda acceder a cierta mística, aunque sea en calderilla?
Efectivamente, reivindica la religiosidad como relación intensa con Dios y anhelo íntimo al que tendemos y buscamos, cada persona en su contexto con sus claroscuros y condicionantes. El problema está en otro lado, en la contradicción entre lo que se predica y lo que se vive. El escándalo eclesial de la contradicción entre la doctrina y la práctica. ¡No existe un Dicasterio para velar por la ortopraxis, es decir, por la caridad! Es lo que tantas veces he cuestionado, que la institución sea más importante que el Mensaje. Y eso es lo que Castillo, a mi entender, no diferencia explícitamente -religión sociológica que busca seguridades vs. experiencia de fe- y que Lamet se lo sugiere en sus preguntas poniendo en valor la espiritualidad trascendente. Para Halík, la religión como experiencia no debe regresar porque nunca se fue, simplemente sigue cambiando como lo ha hecho a lo largo de toda la historia.
Recuperemos nuestra fe en Jesús, como alienta Castillo, en la divinidad de Jesús que dice Halík, mediante nuestra apertura solidaria a la revelación de Dios Amor en el sufrimiento de los hombres y mujeres del mundo. La Iglesia que vive la religión como ligazón íntima anhelante y coherente, alimentada por la oración, no puede asimilarse a la institución eclesial cimentada en el clericalismo -del que participa buena parte del laicado- como ya ocurriera en tiempos de Jesús. Por eso estamos necesitados de denuncias proféticas contra la perversión religiosa que reivindiquen la necesidad de humanizar lo divino, como hace Castillo en su libro, y Halík en el suyo al referirse a una posible nueva Reforma; eso sí, que no cause el trauma rupturista de la anterior.
Una crisis eclesiástica como la actual que nos ha llevado a la crisis de fe habrá que remontarla con humildad, volviendo a lo esencial con actitudes ejemplares de amor (como el previo para evangelizar). Pero una cosa es el desvarío del poder eclesial (clericalismo, vanagloria, adoctrinamiento) y su declive, y otra la vivencia religiosa de la fe en Cristo (religare) que apunta a un nuevo amanecer con la barca sinodal impulsada por Francisco en la que cabemos todos. Laus Deo.
Gabriel Mª Otalora