¿CÓMO SOPORTA LAS AGRESIONES EL PAPA FRANCISCO?
Por Emmanuel Sicre, SJ
No es novedad que las embestidas están a la orden del día. Lo que sí sorprende es su intensidad, su fuerza destructora, su liviandad. Es como si la negatividad atmosférica se nos metiera dentro y sólo encuentra una vía de escape: la descalificación, el insulto, el linchamiento verbal, cuando no físico y letal. En efecto, tal grado de odio se enciende cuando se trata de cuestiones típicas que atañen a la vida política, a las creencias religiosas, a los gustos deportivos. Lo que sucede es que en esta época todo está magnificado por las redes sociales de comunicación que nos dieron a todos, un megáfono para amplificar lo que sea que se nos ocurra decir.
En este sentido, alguien que se ha hecho acreedor de una gran cantidad de desprecios es el Papa. Al principio, todo parecía color de rosas, al menos para las mayorías: primero en ser latinoamericano, primero jesuita, primero en visitar tal o cual lugar, primero en tratar algunos temas abiertamente, reformador, rupturista, carismático, cabal, capaz de dialogar sobre los grandes temas. Hasta que la tendencia no menguó en él. Es como si él siguiera siendo el mismo de siempre, pero a quienes lo observaban ya no les gustó que no colmara sus expectativas. Entonces se produjo el efecto inverso: todo lo que al comienzo podría haber atraído de su figura comenzó a retraer, a repeler, a incomodar: siguió siendo, pero de manera concreta, no ilusoria: latinoamericano, jesuita, outsider, abierto, reformador, rupturista, carismático, cabal, atrevido y ahí ya dejó de ser popular. Tal como le pasa a Jesús en los evangelios: al principio todo es asombro y algarabía hasta que su mensaje va en serio y comienza a molestar a los poderes religiosos y civiles de su época, envalentonan a la masa y lo matan. En Francisco no hay nada de lo que está haciendo desde hace 9 años no estuviera dicho o preanunciado es su primer texto Evangelii Gaudium (2013). Lo que sucede es que no lo conocemos.
Lo interesante de este proceso es que se empezó a hacer conocido de él lo que más o menos desde siempre pensó, creyó, vivió e hizo. Claro, con matices. Recuerdo haberle escuchado que como Papa tenía un conocimiento de cuestiones internacionales a nivel diplomático, por ejemplo, que nunca había conocido, pero los criterios con los que mira el mundo son los mismos que mamó desde su formación y vida como jesuita y su posterior trabajo como arzobispo de Buenos Aires.
Para conocerlos un poco basta hacer los Ejercicios Espirituales de san Ignacio tal como se los ofrece a partir del Concilio Vaticano II. Ahí está el meollo, la matriz, el paradigma desde el que Francisco piensa, cree, vive y hace. Es cierto, muchos han hecho los EE y piensan distinto, pero ahí está la cuestión. El método de los EE no es para pensar igual, no es un adoctrinamiento ni mucho menos un pensamiento homogeneizante. El método de los EE abre, inspira, conecta, redirecciona, ordena, calibra la propia vida hacia la opción de Cristo relatada en los evangelios: dar la vida por amor a todos, incluso a quienes te maten por lo que creas. Es un modo de acercarse al Evangelio que activa el espíritu y lo invita al discernimiento continuo, esto implica vivir abiertos a los movimientos internos que se provocan en el contacto con la realidad y con el misterio de Dios. Son ejercicios para que el espíritu, la mente y el corazón no se corroan, se cierren, se dogmaticen y terminen haciendo daño.
Así resulta que Francisco, hoy tan denostado por muchas personas dentro y fuera de la Iglesia, impresiona por su tesón, su insistencia, su resiliencia, su capacidad de seguir adelante, de rectificar si hace falta, pero seguir, su autoconciencia de pecador, frágil, humanamente limitado -cosa que por lo general entre sus detractores no resulta tan evidente.
LO QUE PIDE FRANCISCO DESDE HACE MUCHO
Me pregunto de dónde viene su aguante, de dónde brota su sostén, qué lo hace dolerse sin quebrarse y tirar la toalla, cómo soporta tanto desprecio social, incluso de los “suyos”.
En los Ejercicios Espirituales San Ignacio ha diseñado unas peticiones a Dios que son muy difíciles de entender sin la fe desde donde nacen.
Veamos. En la “oblación de mayor estima y momento” como se llama en los EE 98 a la oración que surge luego de sentir el deseo de seguir a Jesús y su proyecto, Ignacio propone que el ejercitante se ofrezca a Dios diciendo: “yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, […], de imitarte en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza”. Así de radical es la cosa.
Una vez que hayamos ofrecido nuestra vida a Cristo el método propone contemplar, mirar, observar la vida de Jesús a través del evangelio. Así es que al contemplar el nacimiento Ignacio hace poner la mirada sobre el modo en que Dios se encarna: “[116]: mirar y considerar lo que hacen [María y José], así como es el caminar y trabajar, para que el Señor sea nacido en suma pobreza, y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí”.
El proceso continúa buscando conocer internamente a Jesús al punto de querer configurarse con él, pero Ignacio sabe que la única forma de asemejarnos hasta ser como él brota de vencer aquello que opone mayor resistencia en nosotros: la riqueza (cualquier seguridad absolutizada material y simbólica), la fama (el ser tenido en cuenta, el buen nombre, el prestigio, honores), el ego (la omnipotencia personal que busca salvarse a sí mismo). Por eso la propuesta será pedir todo lo contrario durante todas las oraciones (5 horas por día, durante varios días, años):
Ser recibido en el seguimiento de Jesús en pobreza (sin seguridades),
Deseando oprobios, injurias y menosprecios “que de estas cosas sigue la humildad”, agrega Ignacio.
Desear humildad contra soberbia.
No es más que el triple diálogo que tiene Jesús en el desierto cuando es tentado por el demonio (riquezas, fama, poder) o las advertencias de persecución a quienes busquen crean y sean fieles a los valores del Reino De Dios (“los tratarán así por mi causa” Jn 15, 21), que no son los de este mundo. En el fondo, lo que está pasando con Francisco es que su mensaje pierde la fuerza de la cristiandad “poderosa” del pasado y asume el profetismo incómodo siempre débil a los ojos de las mayorías envanecidas, siempre frágil a la mirada de los poderosos, siempre impotente ante el ego devorador.
El mensaje del evangelio en la sociedad descristianizada, peor aún desacralizada, de occidente es cada vez más raro, más inentendible, menos claro y prudente con los criterios del mundo. Quienes pregonan los valores de libertad, igualdad y fraternidad que inauguran de alguna manera el occidente postcristiandad no han podido concebir su dinamismo interno y por eso fracasamos. No hay libertad posible en una sociedad desigual, como no hay igualdad en una sociedad de libertades recortadas, así como tampoco habrá fraternidad si sólo defendemos libertades y no trabajamos por la equidad. En fin, justamente de esto trata el último texto de Francisco: la fraternidad humana (Fratelli Tutti, 2020).
Francisco ha deseado desde siempre, aunque vaya en contra de los quereres humanos más comunes, el tercer grado de humildad de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio donde se pide “por imitar y parecerse más actualmente a Christo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Christo pobre que riqueza, oprobios con Christo lleno de ellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Christo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo.” Y se le está dando bastante bien.