El consumismo en una ecología integral
Víctor Manuel Pérez Valera, SJ
El consumo es un fenómeno complejo relacionado con lo económico, lo social, lo psicológico y lo ético, que se vincula a la comercialización, publicidad y satisfacción de necesidades. Ciertamente, el progreso económico, no puede darse sin el consumo. De aquí surge la importancia del análisis de las necesidades en la vida humana, las cuales se relacionan con las motivaciones, las aspiraciones, los deseos y el sano gusto por la novedad.
Algunos autores distinguen entre necesidades primarias y secundarias. Las primeras son las necesidades básicas para satisfacer los aspectos indispensables de una vida humana. Las necesidades secundarias, en cambio, derivan de algunos aspectos sociales que imponen satisfacciones para tener “éxito”. A.H. Maslow en su libro Motivación y personalidad cataloga las necesidades de acuerdo al orden de preeminencia en el progreso humano: fisiológicas, de propiedad, seguridad, amor y autoestima. Otros bienes para el mejor funcionamiento de la sociedad giran alrededor de la cultura. Algunos autores enfatizan más la distinción entre necesidades primordiales y materiales, esenciales y superfluas, insustanciales y artificiales.
El consumo es un fenómeno relativamente moderno, actualmente se exalta más la enorme profusión de productos nuevos, que suscitan la admiración, la apetencia y la codicia de los consumidores. Tratar de elevar el nivel de vida es aceptable, pero cuando esto se exagera, se cae en la desmesura y la desorbitación que conducen al consumismo, el cual, de modo sutil, materializa la vida humana y margina las necesidades espirituales. Con razón Karl Marx condenaba “el fetichismo de los productos materiales”. A este respecto Tomás de Aquino escribió: “mientras que los bienes sensibles nos cansan cuando los poseemos, los bienes espirituales, al contrario, los amamos más cuanto más los poseemos, porque éstos no se gastan ni se agotan y son capaces de producir en nosotros una alegría siempre nueva”. (Suma Teológica, 1-2, q. 2, a. 1 ad 3) Se trastoca la escala de valores cuando el consumo se vuelve extravagante, ostentoso o suntuoso, se fomenta una cultura de lo efímero, de la gratificación instantánea y del falso éxito social.
Autores notables como Lasch y Luckmann, entre otros, han denunciado este tipo de consumo como una desilusión. En efecto, el consumismo, ir a la caza de necesidades superficiales, produce ansiedad, desilusión y en ocasiones desolación e insatisfacción, ya que además de suprimir o devaluar las necesidades espirituales, prometen la felicidad, la satisfacción de las más profundas aspiraciones del ser humano. Más aún, lo material suele conducir, paradójicamente, a la desestima de las cosas, la cultura del úsese y tírese puede inducir al desprecio de las personas. Por lo demás, la exaltación del bienestar material conlleva al olvido del compartir y del bienestar colectivo. Se obnubila la dimensión social de la persona humana. En efecto, algunos estudios psicosociales han señalado que comprar por comprar, el gastar por rutina o por gratificación ostentosa se convierten en una especie de embriaguez y de narcisismo.
Conviene subrayar que el consumo y el consumismo no son fenómenos aislados en una visión holística, sino que se insertan de modo pleno en la ecología integral, el cuidado de nuestra casa común. Así, el consumismo forma parte de la catástrofe ecológica como efecto de la sobreexplotación y competencia de la civilización industrial. El sólo crecimiento económico, como ya señalamos, sin auténtico progreso social y ético, degradaría al ser humano. Cuidar y mejorar nuestra casa común, supone una conversión y una revisión profunda de los modelos de producción y consumo.
Es una grave irresponsabilidad cultivar la cultura del despilfarro y del descarte. Nuestra casa común, y desde luego nuestros mares, se están convirtiendo en un inmenso basurero. Desgraciadamente, empero, existe una grave indiferencia ante esta tragedia. La costumbre de usar y tirar está devastando nuestro planeta. Tirar a la basura cosas que despreciamos está en el corazón de la sociedad consumista. Chesterton escribía que “la finalidad de la vida es la apreciación… tener muchas cosas que no se aprecian no tiene sentido”. En lugar de tener las cosas, las cosas nos tienen a nosotros, nos esclavizan, nos alienan: me consumo consumiendo. “Si soy lo que tengo, y eso se pierde, entonces ¿quién soy?” (Erich Fromm).