El Que es Buen Santo dondequiera es Gallo
–Quibo y ¿usted qué diablos hace aquí en las Islas Marías?
–No soy condenado…soy capitán.
–Pues yo soy el mero general y aunque me vea nuevo aquí ¡no acepto a los que no se uniforman en todos sentidos, hijo de la chintola!
–Es que además, soy sacerdote y en ese campo, usted no tiene poder–pronto le interrumpió cogiendo la pedrada al vuelo.
–Ja, pues yo le reafirmo que los curas se me atoran en el hígado: los odio, detesto y aborrezco ¡que quede bien claro!
–Bueno, para que nos entendamos mejor, le voy a decir cómo está la cosa: soy Cura, sí, pero además soy amigo con los amigos ¡y muy cabrón con los cabrones!
–Ah, caray, ahora sí nos vamos a entender… ¡estamos hablando el mismo idioma!–finalmente asintió el general ofreciéndole su mano–pero ¿qué fregados hace usted aquí en las Islas Marías, padre…?
—Padre «Trampitas»…así me gusta que me llamen. No me mandaron, yo me mandé con la…—interrumpe cuando ve dibujada una morbosa sonrisa en la cara del azorado oyente–yo me mandé pero no con alguien: que no corra feliz por caminos deseosos su diabólica imaginación, general, sino que como mi gusto ha sido trabajar con los prisioneros, ya desde 1945 se me ocurrió venir a acompañar en lo que pudiera a tan «distinguidos personajes» de estas islas. Y ya ve, me nombraron capitán aunque no me uniforme más que con sotana y sin mengana.
—Oiga Curita, no se haga el inocente, algo ha de haber hecho para que le pusieran el mote de «Trampas» y de paso le dieran a este sapo de ayudante–señalando a un hombre ariscado con cara de mejor no verlo y tamaño espaldón pegado a la cabeza como si se hubiera tragado su propio cuello…
—Calma, Sapito–le increpó Trampitas–todavía no se le hace al general su gusto de verme caído…El mote me lo puse yo cuando estuve en el otro lado: la palabra tramp en inglés, significa vago, el que se va de mosca en los trenes, el que saca provecho de las situaciones y ya en mi país no les iba a dar el gusto a los gringos de dejármelo en idioma ajeno, por lo que de la misma raíz latina, sólo le agregué el «as».
Encendiendo entonces un cigarrillo, siguió preguntando para calmar su gran curiosidad, el ya taimado agresor:
— ¿Y qué no le da vergüenza siendo un, cómo dicen ustedes, los «letrados eclesiásticos» y por eso caen gordos: «representantes de Dios en la tierra», apodarse así?
–Lo de caerle gordo, usted dijo que ya me tragó y no veo que me le haya atorado por eso de que somos de la tierra; lo del apodo creo que cuando se entere de mi vida pasada por otros medios, se dará cuenta que es lo menos que me puedo llamar.
—Mire, mire y no me va a decir que el Sapo es su angelito de la guarda ¿o acaso no sabe que se le acusa de 140 homicidios? ¿Que a los 9 años de edad cometió su primer crimen hundiéndole dos veces y con toda saña, un compás a su compañero de clase en el meritito corazón por una sencillita riña entre ellos mismos?
—Si claro. Verá usted, al principio me escandalizaba cuando en el confesionario, al preguntar: ¿Cuál es tu pecado, hijo?, me contestaban: «He matado a un hombre», describiéndome con lujo de detalles la tortuosa o sangrienta escena…pero con el tiempo y mis canas o mejor dicho, canillas por el aire de estas Islas, ahora tranquilamente puedo preguntar: «¿A cuántos, hijo?» Claro ¡para darles confianza!
—Ah, qué padrecito éste–prosiguió el general al quitarse su gorra–entonces le dieron al Sapo para que lo «convirtiera» y no por lo de «solitos se juntan».
–Fue tan buena cosa que me hayan dado a este asistente que después de que se me bajó el susto, ahora hasta quiero estar enterrado junto a él, cuando muramos.
— ¡Ah, chirrión! No, oiga Curita, de plano cuando usted nació, rompieron el molde. Simplemente no puede haber otro igual y ni siquiera parecido…
–Bueno, ya nos conocimos y con su permiso, me retiro a mis labores–y así, se despidió de su primer encuentro con el nuevo dirigente de todos los reos en esas Islas Marías.
El Padre Trampitas
Cuando al principio, Trampitas había llegado a ese lugar, se la pasaba yendo y viniendo cada mes por orden de Gobernación con el fin de renovar su permiso, ya que no era criminal ni había cometido ningún delito de aquella magnitud. Tenía que pedir limosna; no percibía sueldo alguno y a veces le costaba mucho trabajo regresar pronto, de manera que un buen día, se le ocurrió llegar a la oficina argumentando:
–Bueno, ya estuvo bien de andadas ¿es necesario que yo mate a alguno para que me den un permiso permanente y poder estar allá a todas horas…con quienes me necesitan?
–No exagere Padre, lo que pasa es que la ley es la ley. Si no hay delito, no hay delito.
–¿Y no hay movida que valga? Échele imaginación, amigo.
–No, para estos asuntos, no puedo.
–Pues entonces ¡me declaro ante estos testigos, sus secretarías y demás, culpable de lo que se les antoje…digamos entre otras cosas, de maltratar la ley por falta de imaginación, flexibilidad y de argumentos justos de los que la custodian o…!–tratando de abalanzarse sobre ellos.
–Está bien, Padre, está bien. Permítame consultarlo con el jefe.
Al cabo de unos minutos, salió el secretario de la oficina principal para dar la siguiente orden:
–Señorita secretaria, hágale un acta para sellar y firmar que diga así:
«Al c.c. ciudadano Juan Manuel Martínez Macías, alias el Trampas, se le concede el permiso para vivir como prisionero voluntario, sin sueldo, en las Islas Marías, sujeto a todas las leyes de la prisión con cadena perpetua». ¿Está seguro de todo esto? ¿Por qué hacerse acreedor…?
–Porque si Cristo por salvarme se hizo hombre ¿por qué no para salvar a otros, me hago prisionero?–contestó Trampitas con su usual tranquilidad.
Al cabo de unos años y por su destacada labor, le dieron el cargo de capitán, lo que debía guardar en secreto por no compaginar su puesto con el sacerdocio. Le dieron al temible Sapo a su cargo para no quitarle los ojos de encima, sobrino carnal del Gral. Eulogio Ortiz, a quien se le atribuye la muerte de tantos religiosos y militantes cristeros. Aún ahí se hacía de muchos enemigos, así que su falta de pescuezo ¡lo salvaba de ser estrangulado!
Por su característica agresividad «sólo porque lo miraban feo», al final de cuentas, otros cobraron venganza y lo asesinaron.
Unos meses antes, Trampitas lo había encontrado en el panteón llamándolo por su nombre:
–Oye, José ¿vienes a ver a tus…matados?
–No, vine a cortar unos chilitos… ¡viera qué bien se dan por acá!
–Sí, me imagino…deben de ser muy bravos, muy…bravos.
–Mire Trampitas–dijo el Sapo mientras señalaba a una tumba—ése sí era canijo, un tal Vico, cayó en quite con el machete. Se la encontró.
–Dirás, lo mataste con tu machete ¿cómo que se la encontró? Ya estás como cuando tiras la jarra: «se cayó» luego dices en lugar de «la tumbé».
–Bueno, es que ya bailaba el fierro en mi mano…
–Es mucha la tentación de traer machete aquí para cortar las ramas, pero mira amigo, ya fisgoneé unos apuntes que tienes por ahí en donde relatas por qué mataste a tantos.
–Quien…quien dijera que ahora que lo escribí, me fueran a dar estos remordimientos.
–José, en este momento nadie nos ve ¿cómo la ves que te confesaras y sacaras todo de dentro, lo que te está carcomiendo?
–No, Trampas, no me confieso de lo que hice porque llevé una pinche vida aunque eso no lo haya escrito–le refutó con firmeza.
–Ándale, que la confesión es el mole de la otra vida, olvídate de estos chiles…–y diciendo esto, Trampitas se fue a sentar sobre la tumba de Elena Blanco, una terrible asesina. Ahí aguardó en silencio. Nada.
Al fin, el Sapo se le acercó, ablandándose las líneas de su rostro, como un niño arrodillado ante su padre, lo abrazó llorando. Y después de un largo desahogo, confiado, entre sollozos, le preguntó con voz cariñosa:
–¿Qué digo?
–¿Nunca te has confesado José?
–Nunca–y dejó correr en su rostro todas sus reprimidas lágrimas.
Trampitas lo abrazó pensando que ese hombre de apenas unos treinta años de edad tenía tantos enemigos bajo tierra, pero que la otra vida era un reto mayor.
–Dios puede ser tu amigo y defensor, si cambias de manera de ser y compensas con algo lo que has hecho. No puedes devolver odio por odio, pues amor estás pidiendo. Tienes un Padre que te ama mucho más que yo porque más grande es Su compasión.
–Sí, sí haré algo por los familiares de quienes maté…
–Yo te ayudaré y si te da pena que te vean comulgar por el cambio que se ha obrado en ti, te daré la hostia en la sacristía–le sugirió gentilmente Trampitas.
Esas últimas palabras ayudaron a que el Sapo al fin se irguiera para decir:
–Si para matar, me anduve escondiendo para acechar, qué jijos ¡para ser bueno no tengo por qué ocultarme!
La misa de ese domingo, la escuchó toda de rodillas, atendiendo con apertura a la palabra de Dios. Muchos acudían a la iglesia, pero como es de suponerse, no todos. Ni tampoco todos se arrepentían, a pesar de la gran confianza que les inspiraba Trampitas.
El Padre Trampitas
A un preso que le quedaba muy poco tiempo para cumplir su sentencia, le llegó una carta de su esposa que había dejado en la casa de su madre, diez años atrás. Decía así: «Ernesto, búscate una mujer que te quiera, eres libre respecto a mí. Yo ya encontré un hombre al que le he entregado mi amor. Tiene mucho dinero e influencias, así que no me andes buscando. Adiós. Tu ex esposa, Safira.»
–Mire Padre–se dirigió a Trampitas–me faltan siete meses para salir de aquí y esos son los mismísimos siete meses que le quedan de vida ¡a esa ingrata mujer!
–Pero hijo, piénsatela bien…tantos años de sufrimiento aquí para que arriesgues tu libertad de nuevo. ¿Acaso un pájaro que ha aprendido a volar, desea quedarse sin plumas y sin cielo por su propia voluntad? ¿Deseará seguir caminando en la incertidumbre de la noche?
–Sí, Padre, lo desea. Sí.
Pasado el tiempo, salió y se embarcó a Mazatlán, donde vivían. Era un lugar de tantos recuerdos felices para él, pero de momento hasta las mismas casas y los años se le revolvían en la mente, sin sentir nada al respecto a todo lo que le rodeaba. No descansó hasta encontrar la casa donde la pareja había empezado otra vida. Sigilosamente en la noche, entró y de golpe, los vio juntos en la cama durmiendo. Su corazón se aceleró y empuñando cuchillos en ambas manos, a los dos traspasó tantas veces en el pecho que cualquiera pensaría que deseaba acabar con los corazones, como con el amor.
Lo enviaron a una prisión común porque en las Islas no se admiten reincidentes. Ahí fue a visitarlo Trampitas.
–Ernesto, extraño nuestras caminatas por los corredores y nuestros inventos de porras para los partidos de futbol ¡y los albures!
–Sí, Padre, esos y otras anécdotas es el regalo con que nuestra memoria nos mantiene sanos… ya ve, en otras ocasiones, esa memoria se oscurece y el que «es pendejo ni de Dios goza». Así es la cruda suerte de mi amanecer.
–También se dice: «el que ha de morir a oscuras, ni en velería…» pero no lo creas. La luz penetra en el rincón más cerrado que puedas imaginarte porque para Dios no hay imposibles y para Su Madre, menos. Enciende una vela en tu corazón y aguarda…
Este hecho y tantas historias más de crímenes de las Islas, llegando a veces a sumar tres por semana, hicieron que Trampitas hablara efusivamente en una junta que tuvieron los directores:
–Miren, aquí hay dos matrimonios, cuyos maridos fueron sentenciados a 50 años de prisión y como si el amor compartiera esa pena, se les han perdonado 25 por buen comportamiento. Ellos son los primeros en llegar al trabajo que se les asigna y observan una conducta ejemplar. Si pudiéramos hacer que los esposos o esposas vinieran a convivir con sus seres queridos, evitaríamos tragedias familiares como la de Ernesto y otros más. Tantos odios, tantos homicidios. Habrá problemas de celos y rencillas, pero serán incomparables a los que muchos padecen alejados de su hogar y sin nada que sientan suyo.
El entonces presidente Luis Echeverría apoyó la iniciativa, además de promover otras obras: a cada familia se le construyó su casa con cocina, comedor y dos recámaras sin tener que pagar renta ni servicios, pues lo desquitaban con el trabajo pesado que se les asignaba. También les proporcionó luz eléctrica las 24 horas ya que anteriormente, disponían de sólo tres horas por la noche. Por esto, los presos le apodaron al ex mandatario: «Papá de las Islas Marías».
Trampas había formado un campamento para hacer un gran gallinero pidiendo 20 hombres que le ayudaran con la labor durante el tiempo de sus sentencias. Así, todas las familias pudieron aprovechar los casi 5,000 blanquillos de producción. El control consistía en que ninguno era dueño, sino que por medio de papeletas se controlaba la repartición, incluso, la carne. Y con los buenos contactos que tenía en Mazatlán, a través de un amigo que trabajaba en la radio, consiguió que le llevaran carne cocida y hasta filetes de res en un barquito, porque la falta de pastura en la Isla, imposibilitaba la crianza de cualquier tipo de ganado.
El Padre Trampitas
En esa época la población total era de 7,500 personas entre presos y cuidadores, mas ahora ha aumentado tanto, que se han aprovechado las tres islas. La mitad de ellos, aproximadamente, llegaron a tener familia. Los hijos se quedaban con sus padres ahí hasta los 12 años cumplidos. Luego debían salir y era tan literal la ley que al llevarlos al puerto, ahí los dejaba la guardia estuvieran sus familiares o no. Los muchachos desesperados tenían que robar para comer. Pero Trampitas no dejó la cosa así. Fundó en Mazatlán una escuela-hogar bautizándola con el nombre de San Pablo, ese apóstol converso que había sido perseguidor de los cristianos.
En cierta ocasión, Trampitas conoció a tres presos condenados a cadena perpetua, a quienes consideraba inocentes. Estaban purgando el homicidio realizado por un ricachón influyente a quien el Chango, director general de una prisión fuera de las islas, encubrió al presentar dos falsos testigos ante la Corte. Así fueron sentenciados injustamente, por la negrura y podredumbre de tan amañada complicidad. No era ciertamente la primera vez que lo hacía, bastante mala fama tenía aquel mandril.
Uno de los presos era un ex seminarista que se había asociado con unos hombres que lo traicionaron, echándole encima toda la carga de la sentencia por 25 años. Ya había estado los diez que a Trampitas le parecían suficientes según la ley, por una culpa que no tenía y porque los otros solapa dores andaban libres como el viento, tal vez haciendo de las suyas y embaucando muy probablemente a otro tan o más ingenuo.
–El mar fácilmente se alebresta por estos rumbos y por eso confían los guardias en que el preso que trata de escaparse de estas islas, es hombre muerto. Pero yo he estudiado bien los climas y las mareas hablando con expertos. Ahora es cuando hay menos posibilidad de tormentas. Váyanse en esta lancha con mucho cuidado, pues ya saben que a sólo medio kilómetro de estas aguas cálidas está el temible hervidero de tiburones–les aconsejó Trampitas a la orilla de la playa y muy entrada la noche.
–Sí, padre, nos vamos con la tranquilidad de su bendición.
–Ya quedé con mi amigo de la radio en Mazatlán que en cuanto lleguen allá, me dé aviso diciendo en clave: «la mercancía llegó completa». Nadie sabrá a cuál se refiere, no se preocupen.
–Caray, Trampitas, usted es un ejemplo de verdadera amistad en todos sentidos y lo único que me duele es ya no verle. Rezará porque pronto podamos vengarnos ¿qué digo? bueno, porque les caiga la justicia a los corruptos porque apuesto a que usted reza hasta para que se convierta el diablo–le bromeó el ex seminarista.
–Qué más quisiera que el mal no fuera tan apetecible para que no hubiera Changos encubridores que tan fácilmente cambian el dinero por sangre humana. Las despedidas son tristes, anden con Dios y nuestra Madre Santísima de Guadalupe.
–Verá que sí llegaremos–dijeron mientras la lancha se alejaba y los agradecimientos se fueron perdiendo en la noche llena estrellas.
Unas horas después, ya en casa, Trampas oyó el cielo tronar presagiando una terrible tormenta. Se levantó a prender otra veladora y su corazón se encogía. Les había ayudado a salir en la época y el día en que él había calculado estaría más calmado el mar pero las cosas se le habían «guatrapeado». Le reclamó con amargura a Dios entre sollozos, hasta que el cansancio y las lágrimas lo vencieron.
Al día siguiente, tuvo que ocultar la angustia y sonreír para que todo pareciera normal. Los guardias habían notado la ausencia de los tres reos pero se carcajeaban comentando: «otros más para los tiburones». Tuvieron que pasar varios días para que Trampitas digiriera el suceso y estando en el comedor, oyó a su amigo de la radio repitiendo varias veces: «¡La mercancía llegó completa…la mercancía llegó completa!» No podía creerlo.
Caminó a la Iglesia y se hincó con los brazos extendidos: «Te regañé y refunfuñé Señor, perdona mi ceguera. Ahora veo cómo una buena tormenta alejó a los tiburones y los ocultó de los buques guardacostas. A tus tres inocentes les fue bien, aunque sinceramente son a los que menos les va en este mundo de lobos ¿por qué, Señor? Bueno, las dudas ahí las dejo para más adelante porque ahorita es día de gracia. Amén. Descansó aliviado antes de su siguiente aventura.
El Padre Trampitas
–Oiga Padre, le voy a pedir una cosa pero me la hace por favor–le rogó ni más ni menos que José López Porpillo, perdón, Portillo, durante una comida en su visita oficial cuando rigió nuestro país.
–Bueno, depende, señor Presidente, no puedo ser Pinocho y decirle sí, así nomás.
–Yo le pido que me cumpla ya que usted está tan cerca de Dios. Le pido interceda a Dios por mi perdón. Mire, a veces tengo que firmar algo en contra de mi conciencia. ¿Ve a esos 9 prisioneros que los guardias apuñalaron arrojándolos después a un hoyo común alegando que yo di la orden? Es mentira, pero la seguridad militar es la seguridad política. ¿Me entiende?
–¿Cómo? ¿No que el Presidente de México es algo así como el que todo-lo-puede?
–Como se da cuenta, en su campo, nada puedo. ¿Orará por mí?
–Sí, después de hacerlo por el eterno descanso de aquellos infelices. ¡Si es que descansan en paz al aguantarse de no proferir maldiciones antes de morir, por las injusticias!
–Mis consignas…–y ya no quiso seguir el Presidente.
«Consignas»…Trampitas conocía muy bien esa palabra porque había sido masón en su juventud. Y de los más activos en contra de la Iglesia Católica. Había caído en sus manos un libro de Vargas Vila en donde leyó algo así: «Honrarás a tu padre y a tu madre» dice Jehová, mas yo te digo que para hacer algo en la vida, repítete a ti mismo: no tengo que agradecer a mis padres porque en momentos de placer, me trajeron a este mundo lleno de tribulaciones, guerras, mentiras y pesares. Ellos no son dignos de alabanza ni de honra. Si ese tal Dios existe, yo no quiero a Jehová y a todas sus enfermedades.
Éste y otros tantos argumentos ahí escritos, fueron suficientes para alejarlo de cualquier creencia que tuviera agua bendita. Estudió ingeniería eléctrica en St. Louis Missouri, E.U.A., y estuvo ahí trabajando en una gran fundidora. El gerente, Mr. Stewart, lo trasladó a la sucursal American Smelting and Refining, Co., en Aguascalientes, su tierra natal, ofreciéndole pagarle en dólares. Ahí se hizo compañero y amigo de otros masones.
Un buen día, Juan Manuel, recibió una tarjetita de su hermana que rezaba: «Hermanito, me voy a consagrar a Dios para irme a las misiones y todo lo que haga, lo ofreceré por tu conversión. Te quiere, Petra.» ¿Mi conversión? ¡Qué conversión ni qué nada!, dijo encorajinado Trampas a sus compañeros masones.
–Ya se robaron a mi hermana esos malditos curas dizque para Dios, pero bien sabemos que las quieren para hacerlas sus sirvientas, para cocinarles y hasta lavarles los calzoncillos. Y como las almas del purgatorio: sin pena ni gloria. Vamos al convento antes de que sea demasiado tarde. Éste es el plan: tú Chano, tocarás la puerta, Severiano al entrar, jalará el cable del teléfono para bloquearlo. Carlos, el Pollo, Tule y yo, pasaremos y les armaremos un escándalo para que mi hermana se sienta mal y desista por pena a todo eso. De todas maneras me la cargo para sacarla y cómo nos vamos a divertir con las muecas de todas esas persignadas–les indicó.
Fueron entonces al convento y tocaron la puerta. Tocaron luego el timbre. Y tocaron las campanas, una y otra vez hasta que se cansaron. Parecía como si nadie los oía y ni modo de saltar un enorme muro con enredaderas de hermosas pero muy filosas buganvilias. Mencionaron de refilón a cuanto obispo les venía a la cabeza y hasta el mismito Papa y nada. Por fin, el desgano venció a la pasión. Acabaron por irse a echar unas copas para ahogar sus frustraciones.
En aquella época juvenil de su vida, junto a la fábrica donde laboraba, pasaba el riel del tren. He ahí que se le ocurrió organizar una fiesta tipo orgía, por la fastuosidad y el derroche. Prepararon a la máquina de ferrocarril No. 1101 para que llegara repleto de vedettes y al frenar de golpe y porrazo, rompiera el enorme papel que decía: Bienvenidos. Se estacionaría a la puerta de la fábrica, para que todos los que quisieran, se dieran vuelo dentro del convoy.
Trampas se preparaba tranquilo en su casa la cual estaba situada a 4 kilómetros de las vías. Sin embargo, a medio camino, sintió algo extraño y se regresó a sabiendas que sus compañeros de trabajo lo iban a chotear al día siguiente.
–¿Por qué no fuiste a trabajar hoy Juan Manuel?–le preguntó su mamá.
–No tengo nadita de ganas–le respondió yéndose a sentar bajo un mezquite con tal de evitar el sermón. A la 1:30 de la tarde, oyó un espantoso estallido. La máquina había explotado matando a muchos de sus compañeros. No comprendía quién lo había ayudado en su presentimiento. Si no creía en Dios, tampoco en el diablo en esa época.
El Padre Trampitas
En otra ocasión, los cuatro compañeros inseparables que le quedaron, lo invitaron a un baile en el centro de la ciudad. Se divertía en grande cuando cerca de la medianoche, sintió nuevamente algo extraño, despidiéndose pese a las insistencias de sus amigos de que se quedara. Llegando a su casa le extrañó ver la luz de su cuarto encendida. Se acercó sigilosamente. Abrió la puerta lo suficiente para ver a su mamá llorando, sentada sobre su cama.
–¿Por qué lloras? ¿Acaso les pasó algo a mis hermanas? ¿Por qué abrazas un crucifijo? ¿Alguien murió?
–Mira Juan Manuel–le contestó pausadamente su madre, aunque muy decidida–yo te quiero mucho porque eres mi hijo, pero al mismo tiempo te odio porque eres un enemigo de Dios.
Estas palabras de odio le calaron muy dentro y después de otro largo silencio, se desarmó y le respondió:
–Desde este momento, mamá, tu hijo va a ser otro–tomando el crucifijo en su manos, siguió–si cambio, que esta cruz te bendiga y si no, que me maldiga–dijo al momento de tomar un crucifijo que colgaba de la pared, entre sus manos.–sé que lo que voy a hacer me puede costar la vida porque conozco los secretos de la logia y me buscarán para matarme…..
–¿Y para qué quieres tu vida si no la das por Cristo?–le cuestionó su madre con hondo dolor, resignada a que arriesgara su vida.
Efectivamente, a los 22 años de edad, cambió su rumbo, ingresó a la Compañía de Jesús a escondidas de sus compañeros masones. Realizó estudios en Fort Stockton, Texas. Corría el año 1922, porque la edad de Trampitas iba a la par con el siglo. Al ordenarse, pidió trabajar en la penitenciaría de la ciudad de Puebla y desde entonces, su afán y amistad con los presos, lo llevarían de esa prisión a la de las Islas Marías. «Vine por los enfermos y no por los sanos» dijo el Salvador hace más de dos mil años.
Y no le importó en esos lugares de fuertes pasiones y palabras, ser piedra de escándalo.
Pero a otros sí. En las altas esferas de excesivo mochismo, donde se creen más papistas que el Papa, Trampitas no era bien visto. Los escandalizaban sus acciones, su forma de ser sin entender el sabio refrán: «El que es buen santo, en donde quiera es gallo». Hasta en su propia tierra de Aguascalientes, en donde se le organizó un gran banquete para celebrar sus 50 años de sacerdocio.
–Entre las 300 personas asistentes, se encontraba el obispo de Sonora, junto con sacerdotes, familiares, amigos y creyentes de su obra. Algo presintió Trampitas en ambiente tenso, acartonado. Muchos lo tachaban aún como aquel joven liberal y seguidor de la Iglesia, sin convencerles sus trotes en las cárceles aceptando el cariño de esa gente pecadora, desecho de la humanidad, según ellos. Y tronó el cohete.
Un viejito tomó el micrófono para hablar, a lo que el obispo le preguntó al oído:
–¿Conoce a esa persona, padre Trampitas?
–No, no lo conozco–le contestó nervioso.
Frío se quedó cuando el desconocido empezó a sacar sus trapitos al sol:
–Dios me ha concedido 94 años de edad y la mente totalmente alerta para dar testimonio de lo que fue este hombre que estamos homenajeando: ¡organizador de la huelga en la fábrica American Smelting que trajo como consecuencia la muerte de 40 obreros. ¡Culpable del atentando contra la catedral de esta ciudad y cómplice de infamias y persecuciones a nuestras costumbres cristianas!
Ante estas veraces acusaciones de su pasado, el sacerdote bajó la cabeza.
–Yo doy testimonio de ello porque soy el de los dineros de la Fundición y lo conocí en su juventud dando consejos a los que estaban en desgracia.
Sí, efectivamente era el cajero de la fábrica, alcanzó a reconocerlo por fin Trampitas.
–Pero ahora–continuó con viveza el anciano–he conocido a un hombre totalmente distinto a través de gente agradecida por su bondad y entrega sobre todo hacia aquellos que ya no tenían esperanza de nada. Sí, Trampas, te he seguido los pasos preguntando por ti y me he topado con historias que me han arrebatado sueños y los he guardado aquí en mi memoria con ardientes deseos de verte. Es hasta ahora que lo puedo hacer. Tú conviertes el desierto en vergel y allanas lo escabroso. Y cuando las situaciones más adversas de crudezas que provienen de la miseria humana ciegan a alguien obligándolo a todo, hasta el homicidio, le muestras el panorama de la posibilidad. ¿Por qué? Porque tú has sufrido y sólo el que sufre comprende…
El hielo se derritió y ante un largo aplauso algunos lloraron porque no habían podido ver más allá que sus narices, por sus prejuicios.
El Padre Trampitas
Cuando abrazado, Trampitas les decía cosas como éstas: «Afortunadamente Dios no crea basura por más mal que nos sintamos, nosotros la hacemos por no saber lo que tiramos de esos regalos de Dios». «Sólo hay que dejar crecer las flores». «Hay que respetar hasta los nopales». «La liebre, como la gracia de Dios, salta donde menos la esperamos».
Trampitas se había despedido de las Islas por verdaderos motivos de salud y no como las renuncias forzadas de los políticos. No quería ser una carga para nadie. Allá había hecho una lápida para cuando muriera que decía: «Hasta aquí llegó Trampas. ¡Gloria al Señor!». Tal era su sencillez. Pero los presos hicieron otra que les parecía corresponder a su increíble sentido del humor y la diversión: «Oh, glorioso Trampas, por las mentadas que nos dabas para corregirnos, no te hagas rosca con los milagros… (dícese la petición)…alcanzándonos lo que te pedimos, de lo contrario nos lleva la…¡tía de las muchachas!»
Y riéndose su sacerdote, le agregó:
–Lo que es lo mismo decir: «o nos lleva la que nos trajo». Mucho gusto que me hayan conocido. Me tengo que ir para depositar el peso de mis emociones…yo estoy pasadito de años y de siglos. Pero volveré. Mi hermana Lupe vivió 104 años, no sé si ustedes me aguanten pero yo sí, “simondor”. Adiós hijas e hijos, hasta pronto.
Trampitas llegó entonces a visitar su casa-hogar en Mazatlán. Ahí escuchó a una niña, cuyo padre había sido llevado a las Islas por homicidio, preguntarle a su mamá:
–¿Por qué no tengo papá?
–Sí tienes, pero está trabajando lejos de aquí–trató de disimularle para que no descubriera la verdadera y triste situación.
–¡Vamos allá, quiero verlo darle un abrazo…¡Anda mamá!
Al salir de ahí y verlas caminando cabizbajas en la calle, se acercó para invitarlas a subir a su coche, La niña estaba parada junto a él en el asiento y le llegó tanto su mirada que le preguntó:
–Eres tú mi papá ¿verdad?
Antes de contestar, Trampitas sintió cómo le acariciaba la cabeza y le contestó llanamente:
–Sí.
La mamá se preocupó de ver cómo su hija estaba tan feliz que cada vez que tomaba más confianza para mostrarle su afecto.
–Deja de hostigar al Pa…a tu padre, hija.
–Déjala, mujer, déjala ¡tanto cariño encerrado!–y dirigiéndose a ella le dijo cuando llegaban a su casa:
–Yo tengo que seguir trabajando pero te mandaré dinero para que me veas cuando quieras y ¿sabes?…ahora porque estoy cansado me ves feo, ruquito y arrugado, pero pronto me refrescaré y ya me verás más joven y guapo y muy cerca, pero muy cerca de ti. Adiós, Hasta pronto mi niña, mi pequeña.
Esto parece un cuento ¿verdad? Pero no lo es. Porque la vida se mezcla entre cuentos y realidades. Trampitas existió y se los hubiera presentado si no fuera porque se nos adelantó a sus noventa años, abrazando la cruz sobre la cual, su madre había llorado. Es prácticamente una leyenda. No se olvida.
Pero no pensemos en algo que se nos fue sino en una dura y difícil situación de nuestras o las otras vidas… ¿Qué diría Trampitas? «Qué tal mis hijas… mis hijos…»
Irma Robledo