La Santa Sede
CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A S.E. MONS. RINO FISICHELLA PARA EL JUBILEO 2025
Al querido hermano
Monseñor Rino Fisichella
Presidente del Pontificio Consejo
para la Promoción de la Nueva Evangelización
El Jubileo ha sido siempre un acontecimiento de gran importancia espiritual, eclesial y social en la
vida de la Iglesia. Desde que Bonifacio VIII instituyó el primer Año Santo en 1300 —con cadencia
de cien años, que después pasó a ser según el modelo bíblico, de cincuenta años y ulteriormente
fijado en veinticinco—, el pueblo fiel de Dios ha vivido esta celebración como un don especial de
gracia, caracterizado por el perdón de los pecados y, en particular, por la indulgencia, expresión
plena de la misericordia de Dios. Los fieles, generalmente al final de una larga peregrinación,
acceden al tesoro espiritual de la Iglesia atravesando la Puerta Santa y venerando las reliquias de
los Apóstoles Pedro y Pablo conservadas en las basílicas romanas. Millones y millones de
peregrinos han acudido a estos lugares santos a lo largo de los siglos, dando testimonio vivo de
su fe perdurable.
El Gran Jubileo del año 2000 introdujo la Iglesia en el tercer milenio de su historia. San Juan
Pablo II lo había esperado y deseado tanto, con la esperanza de que todos los cristianos,
superadas sus divisiones históricas, pudieran celebrar juntos los dos mil años del nacimiento de
Jesucristo, Salvador de la humanidad. Ahora que nos acercamos a los primeros veinticinco años
del siglo XXI, estamos llamados a poner en marcha una preparación que permita al pueblo
cristiano vivir el Año Santo en todo su significado pastoral. En este sentido una etapa importante
ha sido el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que nos ha permitido redescubrir toda la
fuerza y la ternura del amor misericordioso del Padre, para que a su vez podamos ser sus
testigos.
Sin embargo, en los dos últimos años no ha habido país que no haya sido afectado por la
inesperada epidemia que, además de hacernos ver el drama de morir en soledad, la
incertidumbre y la fugacidad de la existencia, ha cambiado también nuestro estilo de vida. Como
cristianos, hemos pasado juntos con nuestros hermanos y hermanas los mismos sufrimientos y
limitaciones. Nuestras iglesias han sido cerradas, así como las escuelas, fábricas, oficinas,
tiendas y espacios recreativos. Todos hemos visto limitadas algunas libertades y la pandemia,
además del dolor, ha despertado a veces la duda, el miedo y el desconcierto en nuestras almas.
Los hombres y mujeres de ciencia, con gran rapidez, han encontrado un primer remedio que
permite poco a poco volver a la vida cotidiana. Confiamos plenamente en que la epidemia pueda
ser superada y el mundo recupere sus ritmos de relaciones personales y de vida social. Esto
será más fácil de alcanzar en la medida en que se actúe de forma solidaria, para que las
poblaciones más desfavorecidas no queden desatendidas, sino que se pueda compartir con todos
los descubrimientos de la ciencia y los medicamentos necesarios.
Debemos mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo
posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta,
corazón confiado y amplitud de miras. El próximo Jubileo puede ayudar mucho a restablecer un
clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos
como urgente. Por esa razón elegí el lema Peregrinos de la Esperanza. Todo esto será posible
si somos capaces de recuperar el sentido de la fraternidad universal, si no cerramos los ojos ante
la tragedia de la pobreza galopante que impide a millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños
vivir de manera humanamente digna. Pienso especialmente en los numerosos refugiados que se
ven obligados a abandonar sus tierras. Ojalá que las voces de los pobres sean escuchadas en
este tiempo de preparación al Jubileo que, según el mandato bíblico, devuelve a cada uno el
acceso a los frutos de la tierra: «podrán comer todo lo que la tierra produzca durante su
descanso, tú, tu esclavo, tu esclava y tu jornalero, así como el huésped que resida contigo; y
también el ganado y los animales que estén en la tierra, podrán comer todos sus productos»
(Lv 25,6-7).
Por lo tanto, la dimensión espiritual del Jubileo, que nos invita a la conversión, debe unirse a
estos aspectos fundamentales de la vida social, para formar un conjunto coherente. Sintiéndonos
todos peregrinos en la tierra en la que el Señor nos ha puesto para que la cultivemos y la
cuidemos (cf. Gn 2,15), no descuidemos, a lo largo del camino, la contemplación de la belleza de
la creación y el cuidado de nuestra casa común. Espero que el próximo Año Jubilar se celebre y
se viva también con esta intención. De hecho, un número cada vez mayor de personas, incluidos
muchos jóvenes y adolescentes, reconocen que el cuidado de la creación es expresión esencial
de la fe en Dios y de la obediencia a su voluntad.
Le confío a Usted, querido hermano, la responsabilidad de encontrar las maneras apropiadas
para que el Año Santo se prepare y se celebre con fe intensa, esperanza viva y caridad operante.
El Dicasterio que promueve la nueva evangelización sabrá hacer de este momento de gracia una
etapa significativa para la pastoral de las Iglesias particulares, tanto latinas como orientales, que
en estos años están llamadas a intensificar su compromiso sinodal. En esta perspectiva, la
peregrinación hacia el Jubileo podrá fortificar y manifestar el camino común que la Iglesia está
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llamada a recorrer para ser cada vez más claramente signo e instrumento de unidad en la
armonía de la diversidad. Será importante ayudar a redescubrir las exigencias de la llamada
universal a la participación responsable, con la valorización de los carismas y ministerios que el
Espíritu Santo no cesa de conceder para la edificación de la única Iglesia. Las cuatro
Constituciones del Concilio Ecuménico Vaticano II, junto con el Magisterio de estos decenios,
seguirán orientando y guiando al santo pueblo de Dios, para que progrese en la misión de llevar
el gozoso anuncio del Evangelio a todos.
Según la costumbre, la Bula de convocación, que será publicada en su momento, contendrá las
indicaciones necesarias para la celebración del Jubileo de 2025. En este tiempo de preparación,
me alegra pensar que el año 2024, que precede al acontecimiento del Jubileo, pueda dedicarse a
una gran “sinfonía” de oración; ante todo, para recuperar el deseo de estar en la presencia del
Señor, de escucharlo y adorarlo. Oración, para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor
por nosotros y alabar su obra en la creación, que nos compromete a respetarla y a actuar de
forma concreta y responsable para salvaguardarla. Oración como voz “de un solo corazón y una
sola alma” (cf. Hch 4,32) que se traduce en ser solidarios y en compartir el pan de cada día.
Oración que permite a cada hombre y mujer de este mundo dirigirse al único Dios, para
expresarle lo que tienen en el secreto del corazón. Oración como vía maestra hacia la santidad,
que nos lleva a vivir la contemplación en la acción. En definitiva, un año intenso de oración, en el
que los corazones se puedan abrir para recibir la abundancia de la gracia, haciendo del “Padre
Nuestro”, la oración que Jesús nos enseñó, el programa de vida de cada uno de sus discípulos.
Pido a la Virgen María que acompañe a la Iglesia en el camino de preparación al acontecimiento
de gracia del Jubileo, y con gratitud le envío cordialmente, a Usted y a sus colaboradores, mi
Bendición .
Roma, Basílica de San Juan de Letrán, 11 de febrero de 2022, Memoria de la Bienaventurada
Virgen María de Lourdes.
Francisco
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