La Palabra bíblica, un alimento real
En estos días de ‘pandemia’, con los servicios litúrgicos cancelados, mucha gente busca una misa, aunque sea por televisión. Están manifestando una necesidad: alimento espiritual. Falta algo en el ritmo ordinario de la vida, dicho hasta por personas que no frecuentan la iglesia.
Hemos oído, como en tono de queja: “Nosotros, los creyentes que vivimos en este tiempo, a siglos de distancia del Jesús histórico, estamos en desventaja: no podemos ver ni oír lo que Jesús hizo y enseñó. ¡Qué difícil creer!” Nos falta la presencia corporal del Jesús histórico, es verdad. Pero tenemos algo a nuestro favor, que no hemos sabido aprovechar: el texto bíblico, particularmente el evangelio. Ahí está Jesús vivo, palpitante, que nos está hablando. No se trata de un texto inerte, sin vida. Es la Palabra vibrante de uno que está vivo.
Durante siglos, la comunidad cristiana ha valorado muchísimo la eucaristía. La devoción popular a la eucaristía se ha desbordado en cantos, celebraciones litúrgicas (procesiones, jornadas de adoración), oraciones, novenarios. El pueblo se reúne en santuarios, capillas y tantos lugares de culto, para expresar su devoción al Pan eucarístico.
¿Y el Pan de la Palabra? Hasta la pregunta puede sorprender. Ni siquiera se entiende, sencillamente porque no existe en la conciencia del creyente ordinario la creencia en que la Palabra de Dios en la Escritura sea pan. No fuimos educados en este valor. La evangelización que recibimos carece de este valor. Hay un gran vacío en nuestra tradición pedagógica cristiana. La fe se ha enseñado como una doctrina, y actualmente, hasta esto está desapareciendo. En nuestro pueblo, se siente un gran vacío en relación con la Palabra de Dios en la Escritura.
La Biblia ha estado ausente en el horizonte cristiano de los últimos siglos o, si acaso, se le ha concedido un lugar muy modesto. El estudio y la meditación de la Biblia ha sido considerado un patrimonio del clero, un privilegio ‘reservado’ a unos cuantos, los cuales, a pesar de todo, han continuado siendo poco expertos en el conocimiento bíblico. Hasta que, finalmente, llegó el Concilio Vaticano II, con su oferta de aire fresco en la Iglesia, dando un lugar especial a la Sagrada Escritura. Pero el avance ha sido muy lento. Nos queda un enorme trabajo por delante. Se había insistido mucho en una catequesis doctrinal, que enfatizaba los mandamientos, reglas de moral, con una visión pesimista del ser humano, de la sexualidad, por ejemplo, y una pobreza extraordinaria en la presentación del Evangelio. Y esto, en los mejores casos: cuando había habido catequesis. La consecuencia ha sido un pueblo ignorante, no evangelizado. Lo que quedó de educación en la fe se ha ido evaporando.
Nos es urgente descubrir la riqueza de la Palabra de Dios, como alimento espiritual. Ponernos directamente en contacto con la palabra bíblica, particularmente del evangelio, es algo insustituible. No podemos considerarlo una actividad ajena, como no podemos creer que, si alguien come por nosotros, ya estaremos alimentados. Tenemos que hacer la experiencia: Haz la prueba, y verás qué bueno es el Señor (Sal 33,9). ¿Cómo podrán los padres educar a sus niños, sin la palabra del Evangelio? No se trata ya de reglas, de tal o cual moral, sino de centrarse en la persona de Jesús, y desde ahí, partir. Y sin Él, no se podrá construir ninguna vida creyente.
La experiencia de encontrar el tesoro escondido y la perla de gran valor es algo personal, indispensable, insustituible, porque significa encontrar a la persona de Jesucristo.
Mario López Barrio, S. J.
Colegio san Roberto Bellarmino, Anunciación del Señor, 25 marzo 2020.